dimarts, 30 d’agost del 2016

El lobby infame, la tiranía del ranking de Shanghai y las Olimpiadas

El otro día, para mi disgusto, leí el articulo de opinión de Berta González de Vega en El Mundo, Aristocracia Cognitiva. No es la primera comparación entre Ciencia y Deporte que leo en estos días post-olímpicos, las Olimpiadas de Río con sus 17 medallas a las/os esforzadas olímpicas españolas generan estas cosas. Pero el tono del artículo de la señora González, a mi, profesor universitario (si, miembro de ese lobby infame) e investigador en activo desde hace 30 años me ha generado una indignación y una desazón inhabituales en mí.

Las líneas argumentativas del mencionado artículo la Sra. González se pueden resumir así. España ha obtenido 17 medallas demostrando que el esfuerzo, el sacrificio de nuestra/os olímpica/os, y un sistema de selección de los mejores da sus frutos. Además, esto recuerda a la autora que nuestro país es puntero en muchas otras cosas en las que el esfuerzo, la creatividad y la excelencia son importantes: grandes cocineros, empresas punteras que nos permiten ser un país exportador,  y la aparición de start-ups innovadoras, escuelas de negocios, etc. En el resto del artículo la autora se esfuerza en denostar el sistema universitario e investigador de nuestro país, y específicamente a los profesores universitarios. No tenemos premios Nobel en ciencias desde Ramón y Cajal (excluyendo Severo Ochoa, que trabajó en EEUU). Nuestras universidades aparecen en posiciones bajas (más allá del 150) en las listas de clasificación de calidad de instituciones académicas (el Ránking de Shangai, por ejemplo). Y la culpa, según el artículo argumenta entre líneas, es del profesorado. Con alguna excepción (cita al profesor Francisco Mojica de la Universidad de Alicante, quien descubrió el sistema CRISPR, lo que permite prometedoras aplicaciones biotecnológicas de edición de ADN) los demás profesores universitarios parece que obtuvieron el doctorado cum laude porque no hay otra calificación posible (no es cierto, he estado en tribunales en los que no dimos el cum laude) y trabajan en un entorno académico en el que la meritocracia está ausente. Y han conformado un lobby que se dedica a participar en tertulias para lucir sus títulos académicos y a medrar en el mundo de la política (sobre todo, parece ser, en el PSOE y en otro partido que ni siquiera se nombra). El objetivo de ese lobby, explica la Sra. González parafraseando a Pink Floyd, es que sigamos comfortably numb (confortablemente atontados). La universidad dirigida por unos ineptos que quieren que no pensemos.

Para acabar, la Sra González de Vega da una idea constructiva: para ser un país excelente en todo, tal y como lo somos en el deporte, en la cocina, en la moda o el turismo, sólo hay que neutralizar a ese lobby. Neutralizar, bonito verbo.

Sospecho que la Sra González de Vega hace unos cuantos años que no pisa una universidad, al menos una pública. Porque lo que es evidente es que ignora qué es y qué hace un/a profesor/a de una universidad española. La clave es si la Sra González de Vega (o cualquier otra persona) sabe evaluar la calidad o la excelencia de una universidad y de su profesorado. La excelencia de los deportistas es muy fácil de medir, en eso consisten unos juegos olímpicos. Todos los deportistas realizan las pruebas en las mismas condiciones. En atletismo y otras disciplinas olímpicas se controla hasta la más ligera brisa, y una marca puede quedar invalidada si el viento sopla a favor por encima de una determinada velocidad. Por contraposición, los rankings académicos son muy arbitrarios: el número de las variables que intervienen es infinito y la mayoría de éstas no dependen, o lo hacen muy indirectamente, de la propia universidad. Son más bien fruto de la sociedad en la que la universidad se crea y para la que trabaja, de su entorno socio-económico. Por ejemplo, es muy relevante la inversión pública en I+D del país en cuestión, el presupuesto global de la Universidad o la inversión en investigación por parte de la industria.  Aun así, si observamos el mapamundi que nos aporta el Shanghai Ranking[1] apreciamos cómo nuestro país ocupa un modesto, pero no irrelevante lugar en el mismo con 13 universidades en el top 500. No tenemos premios Nobel, pero todos (los científicos) sabemos que las grandes instituciones académicas estadounidenses, británicas y europeas, hacen lobby para conseguir que su profesorado sea candidato a los premios. Nuestro país está al margen de esos circuitos de influencia.

Un profesor de una universidad pública española, Sra. González de Vega, no sólo investiga y publica artículos, da clases. Muchas clases. Hablando con colegas de universidades europeas (británicas, alemanas, francesas, italianas, suizas) o estadounidenses, nunca, y digo NUNCA, me he encontrado con ninguno que impartiera más horas de clase al año que yo.  A pesar de ello, un profesor de una universidad pública española investiga y lo hace bien, especialmente teniendo en cuenta los medios de que dispone. Los agencias públicas estadounidenses del ámbito científico en el que me muevo (National Institute of Health –NIH; National Science Foundation -NSF) dan proyectos del orden de 8-10 veces mejor dotados que los mejores proyectos públicos españoles. Ni que decir tiene, que las compañías privadas europeas y norteamericanas invierten mucho en I+D+i, para lo cual colaboran a menudo con laboratorios universitarios. Eso, en España, es aun muy infrecuente.

En los últimos años, como consecuencia de la crisis financiera y, sobre todo, de la respuesta de nuestros gobiernos a la crisis, la financiación del sistema universitario y de ciencia españoles ha empeorado notablemente tanto en términos absolutos como en comparación con nuestros vecinos europeos. Contrariamente a lo que esa tendencia hacía prever, en el quinquenio 2009-2013 el número total de artículos científicos publicados en nuestro país fue de 389.456, con un crecimiento del 30% respecto del quinquenio anterior, claramente por encima de sus referentes europeo (14%) y mundial (20%)[2] . De hecho, en 2013 la producción científica española constituyó un 11,56% de la producción europea y un 3,56 de la producción mundial, muy por encima de lo que predice la población española (6,24 % de la europea; 0,63% de la mundial) o su PIB (7,8% del europeo; 1,8% del mundial). Y, a pesar de la crisis, la producción científica española no ha parado de crecer (no sabemos si esto durará mucho).  España ocupa el puesto 10 en el ranking mundial de producción científica, pero sólo llega al puesto 22 en impacto, un concepto difícil de explicar pero que esta relacionado con el número de veces que los artículos científicos son citados en otros artículos científicos y, por lo tanto, han sido leídos, analizados y encontrados interesantes. Los científicos españoles no caemos en la autocomplacencia e intentamos superarnos cada día, mejorando el impacto de nuestros artículos. Pero lo que queda meridianamente claro es que la excelencia de la ciencia española no se aleja mucho de la deportiva.

Como hemos visto, la producción científica de una universidad se puede medir y evaluar. Pero ¿cómo medir la producción académica/docente de la universidad? En los rankings universitarios eso se estima a través del número de estudiantes internacionales que las universidades consiguen captar, el número de doctores que se producen y la tasa de empleo de los estudiantes egresados (graduados, master y doctores). En lo tocante a los estudiantes internacionales, todos sabemos que en un país angloparlante es muchísimo más fácil tener estudiantes extranjeros. En nuestro país, dar las clases de máster en inglés puede significar hacer accesible el postgrado a estudiantes extranjeros, pero inaccesible al grueso de los estudiantes nacionales (como director de un postgrado he estado en la difícil tesitura de tomar decisiones al respecto). Por otro lado, en un país que en los momentos peores de la crisis tenía un 50% de paro juvenil, es imposible que la tasa de empleo de los graduados, master y doctorados sea competitiva. Es la estructura socio-económica de nuestra sociedad, no sólo la calidad de la universidad, la que hace que las universidades españolas puntúen bajo en los aspectos docentes de los rankings internacionales. Aun así, la/os graduada/os, masters y doctoras/es que salen de nuestras universidades tienen un gran éxito en entornos profesionales del extranjero, donde son muy bien recibidos. La diáspora de jóvenes muy formados (formados y titulados, sí, Sra. González de Vega) lo demuestra a las claras. Los jóvenes españoles no sólo tienen espíritu aventurero que les impulsa a emigrar (Marina del Corral dixit) sino una formación excelente que les permite competir bien allí. Y allí los tenemos. En el ámbito académico/investigador, mi experiencia personal me demuestra que las universidades españolas forman excelentes científicos e ingenieros, al menos tan buenos como (si no mejores que) los de otros países europeos.

Acabo. Me alegro de que se sienta usted orgullosa de los deportistas de su país, eso es bueno. Pero es muy triste que todo lo que ese orgullo le suscite sea un rencor ciego, visceral, hacia un colectivo que está sosteniendo el sistema universitario contra viento y marea, en un momento en que el número de estudiantes se ha incrementado (tras la crisis todo el mundo quiere formarse), el de profesores ha disminuido (en aplicación de la famosa tasa de reposición de funcionarios jubilados) y la inversión en educación e investigación se ha desplomado. Si algún profesor universitario le cae mal, critíquelo a él o ella. Pero no cargue contra todo el gremio. Y menos sin documentarse un poco.




[2] Informe CYD 2014: La contribución de las universidades españolas al desarrollo. Capítulo 5. Indicadores de producción científica de las universidades españolas y las instituciones de investigación http://www.fundacioncyd.org/images/informeCyd/2014/Cap5_ICYD2014.pdf